Ayer, el Gordo, apareció sangrando por la boca y la lengua a un costado. No podía comer ni beber. Lo lleve al Vet, y a las horas decidimos que lo maten porque tenía un cáncer avanzado y su pronóstico era unos días más de vida y sufrimiento.

El Gordo era un perro del vecindario, en el club le decían el gasolero   y también visitaba a la gente que alquila el campo de Don Cesma. Iba y venía en libertad, aunque en los últimos años dormía en nuestro patio y siempre me acompañaba en mis caminatas diarias por la ruta 5. Nos cuidaba con celo y bravura y dos por tres aparecía herido de sus peleas con otros perros. 

La pérdida de seres queridos  es cada vez más frecuente e igualmente dolorosa, pero en fin, adelante con la vida consciente que ¡a morir venimos! Miguel Solé